lunes, 1 de noviembre de 2010

La muerte de Néstor Kirchner y el futuro

La muerte de Néstor Kirchner, inesperada pese a las señales previas, golpeó fuerte a todos. Más fuerte de lo que muchos hubiéramos imaginado. Y la reacción, inimaginable también, fue insólita. decenas de miles de personas fueron a Plaza de Mayo, y a las plazas de todo el país, sin dudar un instante, sobrepasando cualquier convocatoria, con mucha tristeza, con mucho dolor, pero con un sentimiento de amor, de comprensión y de acompañamiento por el otro, y el compromiso a viva voz de continuar la labor de quien se había ido.

Yo pude vivir dos otras muertes que pueden vincularse con ésta. Recuerdo la tristeza de las mujeres de mi casa con la muerte de Evita, las largas filas para ver su cuerpo, la multitud llorosa e inconsolable y la sensación de desamparo que se percibía. El gobierno de Juan Domingo Perón estaba fuerte, pero eran tiempos de odio; los enemigos del régimen odiaban a Evita, casi más que a Perón: por mujer, por atrevida, por revolucionaria. Muchos deseaban su muerte y la celebraron. En realidad no hubo grandes cambios, supimos después. Los que más odiaban bombardearon la simbólica Plaza de Mayo, mataron a muchos de ese “aluvión zoológico” que se venía del interior a Buenos Aires, a trabajar en las nuevas fábricas, a poblar el conurbano. Perón fue volteado por los militares tres años después, y a partir de allí creció un mito que todavía se agiganta, con la figura de esa mujer, esa “actriz” que se atrevió a llamar “mis descamisados” a los más pobres y marginados del país, esos que la adoraban.

Mucho después vino la muerte de Perón. Otra vez la multitud llorosa en la calle, pero entonces predominaba la desazón. En medio de un país dividido, con bandas armadas que mataban todos los días a curas, diputados, obreros, estudiantes; donde desaparecían abogados, la policía torturaba, el ejército invadía provincias para luchar contra guerrilleros y se entrenaban los grupos de tareas que después del ‘76 secuestraron y mataron sin control.
Por entonces nadie se hacía ilusiones, mientras la tristeza de muchos y la inconsciencia de otros tantos permitían que se acabaran las esperanzas, cuando la Argentina pasó a completar las filas de gobiernos dictatoriales, se vino la larga noche.

Esta muerte es distinta. América es otra: con diferentes gobiernos predominan los ideales democráticos, de unión sudamericana, como aquellos sueños de los patriotas de Mayo, postergados 200 años. Argentina es otra: el odio persiste, pero las esperanzas son otras. Esta vez una mujer puede hacer historia grande.

Aún el odio persiste en América, se manifiesta en los grandes medios, los monopólicos, los que pretenden manejar la realidad de todos. En estos días aprovecharon la muerte de Kirchner para lanzar su bilis. Esos multimedios que quieren manipular las mentes en Chile, Brasil, Bolivia, Ecuador y otros; esos que promovieron todos los golpes de estado que pasaron, aprovecharon una muerte para sembrar dudas sobre nuestro gobierno, para pedir cambios en el rumbo económico de la Argentina. A tono con lo que pasa en Europa y con lo que pide el diario El País de España, le exigen a Cristina recortes, dólar alto, ventajas para las empresas extranjeras, despidos, recesión, que se terminen los juicios a los genocidas, que Argentina rompa su alianza con los hermanos americanos.

Y en Argentina, patéticos periodistas como Lanata quieren comparar a Cristina con Isabel; escribas a sueldo como Morales Solá o Pagni, rompen las normas imaginando conflictos sin base, citando fuentes sin nombre, poniendo adjetivos sin límites, clamando por los intereses de sus empresas, llorando porque leyes democráticas pueden terminar con la hegemonía informativa de sus patrones.

Ni hablar del Grupo Clarín, el Pinocho del periodismo, que sólo ve multitudes arrastradas por choripanes. Incapaces ya de ver un solo acto positivo del gobierno, exagerando su rabiosa visión, plagada de censos terroríficos, de epidemias imparables; dispuestos a profetizar fracasos interminables, escapadas del dólar, hiperinflaciones y desabastecimientos, cortes de luz, de gas y de teléfonos, invasiones de piqueteros enardecidos. Negando su complicidad con la apropiación del papel y de los hijos, haciendo del día noche y de la verdad mentira.

Mienten, mienten, pero no les creen; predicen catástrofes que nunca ocurren; pregonan odios que ellos llevan en sus corazones. Pero parece que esta vez los oídos son sordos a las mentiras, las nuevas generaciones parecen ser más sabias que sus antecesoras, la juventud se vuelca a la militancia, a la polémica, a la esperanza.

Si hasta parece que una nueva aurora despuntara en la Argentina.

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