lunes, 2 de abril de 2012

¿Por qué La Nación rompió su tradición?

En estos días me llamó particularmente la atención una serie de notas del diario La Nación con información errónea, inexacta, prejuiciosa o directamente especulativa, que tuvo que ser desmentida por el diario en algunos casos, o disimulada en otros.

Como asiduo lector de La Nación, prácticamente desde la niñez, sé qué intereses representa, conozco su apoyo a todos los regímenes autoritarios de la Argentina, su repudio a todo lo que pueda ser considerado “popular” y de su adhesión a los grandes grupos financieros, industriales y agropecuarios.

Sin embargo, hasta hace pocos años consideré que representaba a cierto profesionalismo periodístico que, sin ocultar sus simpatías por la que puede denominar el más rancio conservadurismo, era capaz de diferenciar los hechos de las opiniones y de respetar las reglas que se había fijado por escrito.

Sin embargo, releyendo el “Manual de estilo y ética periodística” publicado por el diario “La Nación”, en 1997 (al igual que lo hacen otros diarios del país y del mundo), pude advertir un abismo tan grande entre esas palabras y la realidad, que me impresionó.

El manual mismo se presenta, entre otras cosas, como “un imprescindible compendio de los principios éticos y de conducta profesional en la labor periodística” (pág. 13). Y en la sección Títulos dice: “Un buen titular (pág. 25) debe expresar el contenido del texto a que corresponde y atraer la atención del lector hacia el tema informando sintéticamente sobre el material que encabeza, sin exagerar el énfasis con que la parte noticiosa está concebida”.

Estaba muy fresco el titular del 29 de marzo pasado que reza: "Cuba necesita cambios", dijo Benedicto XVI.” ¡Oh sorpresa! para los que escuchamos el audio de las palabras del papa, que dijo textualmente: "Cuba, y el mundo, necesita cambios", y puso énfasis especialmente en las palabras “y el mundo”. Los que leyeron la nota completa habrán sentido lo mismo que yo, ya que pocos renglones más abajo, las palabras del Papa eran reflejadas ya sin censura.

Como es sabido, en estos días en que los lectores son remisos a ir más allá del título, esto significa, lisa y llanamente, un engaño, ya que ese titular será repetido inmediatamente en canales de noticias e informativos radiales, lo que contribuirá a acentuar la mentira. No lo digo yo, lo dice el Manual más adelante

Y si me permiten extenderme un poco, en la sección Principios éticos del Manual (pág. 45) se dice:

“LA NACIÓN no admite discriminación alguna por razones de raza, religión, nacionalidad, nivel cultural o posición social.”

Lo que me llevó a recordar la doble desmentida de la DAIA y de otras entidades judías, hace unos días, que llamaron la atención porque se expresaba sobre un funcionario del Ministerio de Economía, como: “judío”, “marxista”, “bisnieto de un rabino” e “hijo de un psicoanalista”… Sólo le faltaba agregar que tenía pie plano…

Claro, estas expresiones llamaron la atención y fueron denunciadas, pero el sistema se repite en las secciones: política, policiales y sociales.

Sigamos un poco más. En el sub capítulo Versiones y rumores (pág.47) se dice: “Las versiones y rumores sobre los hechos –particularmente los de índole política- no deberían ser calificados como noticias, que son informaciones verdaderas.” Y aclara luego que si no es posible evitar mencionar esos rumores, “los redactores de LA NACIÓN deberán precisar que no se trata de noticias, sino de subproductos de valor dudoso o conjetural”.

Vaya por todas las noticias publicadas en los últimos tiempos, por diversos medios, a los que suma La Nación, que se basan en rumores, o denuncias que muchas veces no se concretan en sede judicial, y que si lo hacen al poco tiempo desaparecen porque pierden entidad. Busque el lector cuántos denunciados fueron finalmente procesados (salvo Pedraza, Zanola o Macri, los demás se hicieron agua por falta de sustento).

Más adelante explica el manual que el diario se atiene también a conductas internacionalmente reconocidas, especialmente las fijadas por la prensa tradicional de Gran Bretaña y de EE.UU. Una de ellas, la de The Washington Post, señala: “Ninguna crónica es imparcial si omite hechos de gran importancia o significación. La imparcialidad implica el carácter integral de la noticia.” E insiste (pág. 56): “Ninguna crónica es imparcial si (…) mueve a error o incluso engaña al lector”.

Y sigue en la pág. 57: “Ninguna crónica es imparcial si los redactores ocultan sus prejuicios o emociones detrás de ciertos términos sutilmente despectivos…”

Por su parte, una entidad periodística inglesa, en las páginas subsiguientes, continúa detallando una supuesta actitud ética y no discriminativa (pág. 63): “La prensa debe evitar toda referencia peyorativa o prejuiciosa (…) debe evitar publicar detalles acerca de la raza, religión, el sexo o la tendencia sexual de una persona a menos que esos datos sean pertinentes a la noticia”.

Para terminar, invito al lector a realizar un juego. Al leer o escuchar una noticia, trate de tener en cuenta estas observaciones y sacar sus propias conclusiones, basadas en la ética que se proclama y la realidad de lo que se dice. Si no resulta divertido, por lo menos, acaso, lo acerque un poco a la verdad.