martes, 11 de enero de 2011

"La Nación" ayer, hoy y ¿siempre?

Quisiera empezar el año con una pequeña curiosidad.

Ya conocen mi opinión acerca del periodismo, y lo mal que lo ejercen los grandes medios. Por algo empezamos con Prensa Libre hace 24 años; veíamos que los grandes medios ninguneaban a los barrios, a la "gente común", y sólo se ocupaban de las ciudades y los pueblos de las provincias argentinas cuando una tragedia, un crimen o alguna figura más o menos popular los visitaba.

Por esa época supimos que había miles de medios y periodistas de todo el país, más o menos modestos, más o menos profesionales, pero dignos, que procuraban lo mismo que Prensa Libre: llegar al lector en su propio barrio y contarle lo que los grandes medios escondían.

Y no es extraño y no tiene nada que ver con la idea política de cada uno. Cuando más grande es un medio, más grande es la empresa que lo sostiene, y cuando ésta es casi un monopolio que cuenta con infinitos medios, y también con intereses financieros, inversiones diversas, participación en la bolsa y hasta capacidad de lobby y aliados en todos los ámbitos... Bueno, ya no se trata del cuarto poder sino del primero, o del segundo aliado con el primero.

Uno de estos "grandes" es el diario "La Nación", siempre, desde su propio origen, representando a los sectores ligados al poder económico y político, haciendo gala de su capacidad de cambiar leyes, torcer a la justicia a los dirigentes políticos y a los presidentes.

Por lo menos, esto es lo que se desprende con claridad de un artículo debido a un médico, político, periodista y escritor argentino, que le dio su apellido a un municipio del gran Buenos Aires: Eduardo Wilde.

Sin más interferencias, aquí va un fragmento de su nota: “La nación” y su partido, escrita en 1885.

“La nación” y su partido

“(…) "La Nación" tiene, como su dueño, una tradición. Se fundó para sostener el gobierno del General Mitre y debió su éxito primero a una nimiedad, al hecho de poner en lo alto de la primera página la salida de los trenes, lo que lo asemeja a una guía, y por lo tanto le daba grande importancia, pues por aquellos tiempos no había guías en Buenos Aires.

Por estas épocas el partido mitrista estaba en derrota y sus afiliados se ocupaban de dos cosas:
lº Leer "La Nación" era cosa de conciencia.
2º Tramar revoluciones.

"La Nación" progresaba, se vendía como se vende la biblia en Inglaterra, y le sucedía lo que le sucede a la misma biblia: nadie la entendía.
Pero eso no importaba.

Un mitrista, por aquellos días, no almorzaba antes de leer "La Nación", como los curas que no almuerzan antes de decir misa.
Una vez leída "La Nación", ya estaban listos para todo, briosos y contentos; El sastre les podía tomar medida, para hacerles ropa, podían hacerse cortar el pelo; se resolvían a pasar por la casa de sus novias, y se hallaban, en fin, en actitud de emprender las más grandes conquistas y de discutir amplia e inútilmente todos los problemas sociales.

¿Ha leído Ud. "La Nación? se preguntaban unos a otros en la calle.
Una mirada terrible era la sola contestación, una mirada que quería decir: ¿Acaso no soy hombre?

El hecho es que en aquella época, el partido mitrista era una religión con todos sus atributos, y cada mitrista un devoto fanático, intransigente, apasionado y sincero. Creer en Mitre era creer en Dios.
No eran los suscriptores quienes sostenían "La Nación"; era la fe, la creencia en un Mitre supremo creador y orador de todas las cosas, aunque todas le salieran mal.
Esta idolatría ha continuado; la religión de Mitre ha perdido, es cierto, la mayor parte de sus adeptos, pero todavía cuenta numerosos y arrumbados sus creyentes que sostienen el culto y se desayunan con "La Nación".

¿Cuál ha sido entre tanto el papel de ese gran diario en la política del país?
El mismo que el de su actual propietario.
Sirvió un tiempo para mucho; hoy no sirve sino para anular a sus allegados.

Desde los primeros días del gobierno de Sarmiento, "La Nación" abrió campaña contra él, y la campaña más o menos violenta ha continuado contra todos los gobiernos (…)

La razón de la impotencia de "La Nación" es su falta de tino práctico; su manía de ir contra los hechos, su vanidoso amor por las fórmulas vacías, sus utopías cambiantes, sus principios de ocasión que cambian con el viento del día, su imprevisión, en una palabra: Sí, su imprevisión.
Esta palabra debería figurar en la casa, en el templo, quisimos decir, de "La Nación", como un epitafio.

(…) "La Nación" sería un diario de verdadera importancia si tuviera principios, lógica, consecuencia, previsión y amor bien entendido por su partido.
Así como está, solo es una empresa comercial en la que (…) noticieros y cronistas ven pasar los años envejeciéndose en el santo temor de Dios.

(Eduardo Wilde, "Fígaro", octubre 28 de 1885)