Pero en este caso, algo tan obvio y tan agresivo no es propio de un artista, sino de un propagandista, un publicitario de productos comerciales, pero sobre todo, hay una llamativa irrespetuosidad, como si existiera el deseo de irritar, de provocar, de ser tan políticamente incorrecto, como la señora Cecilia Pando, antes que como un opositor crítico.
Por supuesto que Hebe de Bonafini puede ser criticada, pero compararla con un perro rabioso, resulta tan asqueroso como decir que Sábat es un fascista. Porque Hebe no sólo es el símbolo de la resistencia a una dictadura genocida, acá y en todo el mundo, sino es un ejemplo de la necesidad de actuar dentro de la ley y sin revanchismo. ¿Acaso ella o cualquiera de las madres o abuelas no fueron las que garantizaron que la Justicia pudiera tomar en sus manos la lucha contra el terrorismo de Estado?
¿Alguna vez alguien fue agredido por ellas? O han alentado siquiera una acción violenta contra los asesinos, torturadores y secuestradores de la dictadura…
Es más, si hoy muchos medios alientan o muestran sin comentarios cómo figuras representativas de la sociedad piden pena de muerte contra un ladrón o un simple delincuente, ¿cuánto pudieron haber pedido las madres por estos verdaderos asesinos seriales que hoy están siendo juzgados?
El caso Sábat es similar tal vez al de NIk, el talentoso creador de Gaturro, que desbarranca en una constante seguidilla de “humor político” que no brilla por la imaginación, sino que tiene mucho de ataque permanente de poca gracia y mucho odio, que también lo desmerece como artista.
Estamos de acuerdo en que tienen que ganarse la vida, pero como artistas talentosos deben guiarse por su propia libertad imaginativa, antes que por las necesidades de sus empleadores.
Tal vez tendrían que tener en cuenta la experiencia del dibujante Landrú, el mítico creador de la revista “Tía Vicenta”, que hizo público su arrepentimiento por haber atacado sin piedad al presidente Arturo Illia y contribuido así a que Onganía pudiera llevar adelante su golpe de Estado en la década del ’60.
Más de una vez se habla de la libertad creadora del artista en contraposición con la necesidad de comprometerse con la realidad. Tal vez no se trate de aislarse o de comprometerse, pero es seguro que la participación facciosa disminuye su poder de comunicación.
Tal vez Sábat debería ser más cuidadoso con su mirada; según el cristal con que se mire, la cara que sujeta la correa puede ser la de Magnetto y en el otro extremo, la cara de Hebe podría reemplazarse por la de algún dibujante. Entonces lo único real sería la correa con que el poder, cualquiera sea, sujeta a sus artistas partidarios.